Lorena Cristina Cruz, desliza rápidamente una de sus manos por la pasta de lustrar, mientras con la otra sostiene un zapato, segundos después toma el cepillo el cual pasa en reiteradas ocasiones y con fuerza sobre el calzado, para que quede brillante y reluciente.
De los seis lustradores que se encuentran en fila en la misma zona, Lorena se destaca por ser la única mujer que ejerce desde hace tres años dicha labor, que aprendió viendo a su madre cuando era apenas una niña.
Su progenitora, Blanca Azucena Cruz, empezó con la “lustrada” a los 13 años, pero debido a las largas horas que pasa encorvada, por su trabajo, se encuentra enferma, con problemas en la espalda.
“Ella está enferma, vengo yo por ella, tiene aire en la espalda”, dijo Cristina mientras suelta por un momento el cepillo y el zapato, hace para atrás sus hombros, respira profundamente y retoma nuevamente la labor que había suspendido por unos breves instantes.
Cristina de 22 años, a la vez que cambia de zapato y con una sonrisa, que contagia a quienes la miran dice que se siente orgullosa de su trabajo.
Su día inicia antes de que los primeros rayos del sol aparezcan, para dejar los quehaceres de la casa terminados, luego agarra su cajón de lustrar y está en el parque a las 6:00 de la mañana.
Ella mencionó que ha habido personas que le han expresado que rechazan su servicio, porque es mujer. Por lo general cuando le va “bien” gana 100 córdobas al día. En esta ocasión tiene a su lado una caja de cartón donde colocó los nueve pares de zapatos que le dejaron sus clientes, quienes irían a retirarlos, antes de la 4:30 de la tarde, hora en que ella guarda todo su material de trabajo, para irse a su casa, donde habita con su mamá, su hermano, sus tres hijos, un niño y dos “mujercitas”.
A Salvador, el mayor de seis años, lo tuvo a los quince, a Blanca de 4 a los 17, y a la menor, Mariela de 1 año, a los 20. El padre de sus hijos quien tenía 28 años cuando iniciaron una relación, a pesar de que ella era menor de edad no se hizo responsable y asegura que no lo necesita.
Ella vivió en el municipio de Dolores, donde cursó parte de su secundaría, específicamente en el René Schick. Solo llegó hasta segundo año. Debido a problemas familiares tuvo que dejar la casa propiedad de su abuela y mudarse a Jinotepe, en el barrio Dulce Nombre.
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Su mayor sueño es que sus tres niños tengan un futuro diferente al de ella, y una casa propia, para evitar el miedo de que en cualquier momento los desalojen.
“Mi sueño es que me ayuden con un terreno… Mis niños me miran lustrar, la más chiquita, agarra el cepillo y se pone a lustrar, pero yo no quiero que ellos agarren ese ejemplo, quiero que ellos se preparen y tengan un mejor futuro”, concluyó la joven al mismo tiempo terminaba de dar brillo con un trapo a un zapato café.