Por las tardes la profesora Sara Amelia López recibe en el patio de su casa a más de 12 niños que llegan a recibir reforzamiento escolar en las áreas de español y matemáticas, a pesar de sus 83 años tiene una admirable lucidez y mantiene una voz inquebrantable para llamar por su nombre a cada uno de sus alumnos y recibirles en su rústica mesa de madera sus cuadernos con tareas asignadas el día anterior.
Esta docente inició a ejercer el apostolado de la educación en 1955, cuando tenía la edad de 15 años luego de cumplir sus estudios de sexto grado en la escuela Luis Somoza de la ciudad de Masaya que estaba ubicaba en los terrenos, donde se construyó el edificio del Banco de América Central (BAC).
“Recuerdo que mi padre, Guadalupe López, un hábil comerciante de granos básicos se fue a hablar con las autoridades departamentales del Ministerio de Educación de Masaya para solicitarle una plaza como maestra de primaria, porque en ese tiempo un alumno de sexto grado estaba muy capacitado, gracias a Dios me entregaron una plaza que estaba disponible en la comarca ‘Las Crucitas’ de Niquinohomo”, narra la profesora Sara Amelia.
Completar 50 años de carrera docente era una de sus metas
En el año 2000 la profesora Sara Amelia sumó 45 años de trabajo como docente en el Ministerio de Educación, luego de impartir sus clases en las escuelas de las comunidades rurales del Portillo, Crucitas y Colegio Benito Juárez del municipio de Niquinohomo.
Su meta era llegar a sus 50 años de carrera docente, pero se vio obligada a jubilarse al sufrir una caída que le provocó una fuerte fractura en su brazo izquierdo. En ese tiempo tenía 60 años pero aún tenía las energías necesarias para seguir enseñando a leer y a escribir a niños y niñas de primero y segundo grado, que fueron los niveles que siempre le asignaron por su carisma de transmitir los primeros conocimientos.
“A mis 60 años seguía manteniendo una fuerte vitalidad, me entristecí mucho cuando me vi obligada a renunciar como maestra porque sentía que se desprendió una de las facetas importante de mi vida; mis hijos me pidieron que me jubilara al ver que la recuperación de mi brazo izquierdo iba a llevar mucho tiempo”, recuerda la profesora Sara Amelia.
Se resiste abandonar el apostolado de la educación
Viviendo su etapa de jubilada la profesora Sara Amelia seguía levantándose a las cinco de la mañana para dedicarse a realizar las labores del hogar, pero siempre añoraba seguir impartiendo clases. Un día tomó la decisión de abrir las puertas de su hogar para recibir a alumnos que deseaban recibir reforzamiento escolar por las tardes.
Luego de ubicar el cartel frente a la pared de su casa, anunciando la apertura de su escuela, llegaron muchos padres de familia a matricular a sus hijos. La docente se llenó de alegría al rodearse de niños que le transmiten una gran alegría en su vida, porque destaca que ser maestro “es una vocación, porque tienes la gran tarea de asumir la formación de un niño que en un futuro se convierta en un profesional que sirva a la patria”.
Su escuela, que construyó en el patio de su casa, lleva más de 20 años y sigue recibiendo niños de los colegios Benito Juárez, Academia Santa María y María Auxiliadora de Masatepe.
“A estos niños les brindó un reforzamiento básico en las asignaturas de español y matemáticas, para que puedan leer y escribir muy bien, porque la gran mayoría tiene deficiencia en su ortografía y no pueden realizar división con tres cifras, veo que ahora los estudiantes no leen y sólo se limitan a buscar información en el internet, ante teníamos que hojear los libros, la lectura es muy importante, porque te abre tu mente”, recalcó la docente.
Con gran orgullo nos muestra en su álbum más de 30 reconocimientos que recibió en sus años de servicio como una de las mejores maestras del municipio de Niquinohomo y se llena de satisfacción cuando sale a las calles y se encuentra con sus alumnos convertidos en profesionales y la saludan con el debido respeto.
“Una vez me encontró uno de mis alumnos y me dijo: ‘profesora recuerdo que usted me enseñó a leer y un día me guiño la oreja’, yo le dije por algo lo hice y gracias a esos regaños hoy te convertiste en un profesional y hombre de familia”, rememora la maestra.
Enseñó a leer y escribir a toda una generación
Don Matilde Rayo tiene 70 años, cuando era un niño pasó por las aulas de clase de la profesora Sara Amelia en el colegio de la comunidad de ‘La Hojachigüe’, recuerda que la docente tenía un carisma especial para hacer atractivas las clases a sus alumnos, donde todos permanecían atentos a la clase que impartía cada día.
“Yo apenas alcancé los primeros grados de primaria, pero gracias a la enseñanza de la profesora Sara Amelia puedo leer muy bien y realizar las operaciones básicas de matemáticas, creo que ella tiene ese don para transmitir el conocimiento y me alegra verla a sus 83 años rodeadas de niños”, destacó Matilde Rayo, quien es uno de los líderes de la parroquia Santa Ana de Niquinohomo y por muchos años dirigió una comunidad integrada con más de trescientos miembros.
Años más tarde su hijo mayor Alejandro Rayo, también fue alumno de la profesora Sara Amelia, quien describe a esta familia como ejemplar porque supo educar en valores a su descendencia y desde su oficio de metalúrgico logró brindar educación a sus hijos.
“No debemos olvidarnos que la profesora Sara Amelia es una docente en la fe católica por muchos años estuvo a cargo de la pastoral de niños de las pequeñas comunidades de la parroquia Santa Ana de Niquinohomo y es una excelente catequista”, mencionó Rayo.
Esta docente se graduó en 1975 en la Escuela Normal Central de Managua junto a un grupo de maestras de su pueblo que el Ministerio de Educación envió a profesionalizarse para sacarlas del empirismo.
La profesora Sara Amelia se casó en 1959 con Miguel Ángel Sandino, un modesto sastre con el cual formó su hogar donde procreó cuatro hijos a los cuales desde sus limitadas condiciones económicas supo brindarles educación y sólo uno de ellos siguió su legado como maestro.
Sobreviviendo al vacío de la partida de sus familiares
Hace más de un año partieron de este mundo su esposo, su hija Celia y su nieta Katia Reyes, estas dos últimas fallecieron producto de los estragos de la pandemia del Covid-19. En la sala de su hogar levantó un altar donde mantiene las fotografías de cada uno de ellos para honrar su memoria y elevar una plegaria por sus almas.
“Ese vacío que dejaron mis familiares lo llenó un poco con los niños que recibo todas las tardes en la casa, me distraigo al verlos sonreír y realizar las más ocurrentes travesuras y espero seguir trabajando hasta donde Dios me de las fuerzas físicas y la lucidez necesaria, porque los ánimos de educar los mantengo al igual que cuando recibí mi primer salario: un cheque de mil ciento ochenta córdobas y fui montada en un caballo con mi padre para conocer la escuela donde iba impartir mis clases”, concluyó la docente.
Pie de Foto:
Sara Amelia López, de 83 años, mantien