Desde el despertar a la tragedia, se empezaron a reportar largas filas de personas que esperaban por horas para ayudar: gente que pidió permiso en el trabajo, madres, jóvenes que faltaron a sus clases, otros que fueron una vez terminada su jornada y gente que por casualidad o destino pasaba por ahí y se topaba con la muerte, y se contagiaba del espíritu de solidaridad que desbordó cualquier expectativa.Llegan en carro propio o con amigos, en taxis o en autobuses, cargando agua, cobijas, sábanas, colchones o medicinas… cargando vida."Ayer faltó espacio para todos los voluntarios que se unieron para el empaque y las donaciones", dijo a la agencia de noticias Efe César Mantilla, secretario de Inclusión Social de Quito. “No ha importado raza, etnia, género, edades, nada, la gente se ha puesto la camiseta de la solidaridad", comentó.La solidaridad tiene rostro y nombre propio. Como el de José Montesdeoca. Cómo no rendirse ante el gesto de este trabajador de Quito que se gana la vida vendiendo café y empanadas, y que donó sus ganancias en el trabajo para ayudar a los damnificados. Fue a dar “unas cositas… de corazón…”. “Un granito de arena”, dice, sin saber que lo dio todo. ¡Todo!En Ecuador se nace y se vive con esa fibra de sensibilidad. Nadie se rinde ante la desgracia. A través de sus redes sociales, Misiones Salesianas compartió varios mensajes de esperanza y solidaridad escritos por niños.
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Mar 26, 2024
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